lunes, febrero 4

Urga, el territorio del amor

Antes de pasar a narrar los inverosímiles acontecimientos en que nos vimos involucrados y que nos llevaron a convertirnos en expertos químicos nucleares, permítanme que me presente a ustedes. Mi nombre es Ivan Ivanovich Khatiuvska, y el de mi hermana, Ana Anavovich Khatiuvska.







Los dos nacimos el 3 de Abril de 1922, en Urga, el territorio del amor, como gustaba de llamarlo mi madre, ya que ambos, gemelos con apenas dos segundos de diferencia, nacimos en dicha región cuando mi madre se fugó con, el que creyó era, el amor de su vida y tras haber meditado el asunto sin precipitación alguna durante, al menos, unos 20 segundos; los que se tarda en quitarse el kartuz y las botas.



Mi padre, al cual nunca conocimos y al que, dicho sea sin rencor, le esperamos todas las calamidades y sufrimientos de este mundo por abandonarnos a nuestra suerte, formaba parte de un circo itinerante. Nuestra madre nos lo describe como un fornido cosaco que gracias a su frondosa mata de vello extendida por todo su cuerpo, se había convertido en la atracción principal de un número con osos negros, en los que él hacía de macho dominante. Sus rugidos, por lo visto, eran capaces de helarte la sangre, pericia, dicho sea sin la menor intención de desdén por mi parte, no muy difícil de conseguir en aquellas tierras, acostumbradas a alcanzar los 40º bajo cero.



Abandonados a nuestra suerte, nuestra madre nos crió del mejor modo que consideró oportuno. Así, nos daba bolas de nieve con piedras dentro como único alimento porque creía, no sin cierta razón, que eso nos endurecería el carácter, al mismo tiempo que reforzaría el esmalte de nuestros dientes. Tal vez, ésa sea la causa de nuestros constantes dolores de muelas y de nuestra gingivitis crónica. En suma, no puede decirse que ninguno de los dos tenga una bella sonrisa. Ana Anavovich trata de suplirlo con la extraña belleza de sus ojos estrábicos, y yo hago lo propio, mostrando el especial color ocre de mis manos, fruto de constantes y prolongados periodos de congelación.





No obstante, el suceso más terrible de nuestra infancia ocurrió cuando nuestra madre, en una de nuestras frecuentes visitas al campo para robar comida, directamente, de los cepos de los cazadores, creyó reconocer a nuestro padre al frente de una manada de osos y se internó en el bosque tras de ellos para nunca jamás regresar. ¡Qué mujer más cabal nos tocó por madre! ¡Siempre pensando en el bien de su progenie y jamás actuando impulsivamente!




Tras de este, infortunado, revés Ana Anavovich y yo (tras ser declarado no humano al 100% gracias a una buena mata de vello heredada de mi padre, y librándome, de este modo en años sucesivos, de alistarme al ejército) nos trasladamos a Minsk donde, aprovechando nuestros conocimientos culinarios nos establecimos como pasteleros, popularizando el que, nosotros dimos en llamar, "Nevadito on the rocks", a base de hielo cristalizado y trazas de piedras espolvoreadas.










Y llegados a este punto fue cuando los acontecimientos se precipitaron sobre nosotros y pasamos a formar parte, sin pretenderlo en modo alguno, de la Historia de nuestra amada Madre Patria, la U.R.S.S.










2 comentarios:

Anónimo dijo...

Hey qué pasa! No sabía que tenías "blog" :o
Jajajala tortura mandarina XD me estuve riendo yo sola por la noche de eso jajaja
OF COURSE! El Domingo que viene more :D

Los dijo...

Es muy penoso para mí desgranar nuestras peripecias, pero me veo en el deber de hacerlo por el bien de la verdad.
La tortura mandarina también es penosa, vaya.